¿Advertencias? pues que es mas raro que un piojo verde...
Disclaimer: por supuesto, Cenicienta no me pertenece, ni a mi, ni a nadie...
Cinderella
I
“Cenicienta friega el suelo, Cenicienta pon la
mesa, Cenicienta hazme la cama, Cenicienta ¿está la cena?”
L
|
a joven hacía oídos sordos a la
canción que sus hermanastras, Ozonia y Rizotta
habían creado muchos años atrás, ya que cantaban burlonas cada vez que
pasaban a su lado. Si, aquel era un día feliz para ella, el día que llevaba esperando desde
hacía cuatro meses, el día de la Gran Mascarada que el rey había convocado para
que su hijo, el príncipe heredero, eligiese al fin una esposa. Para ello, se
había invitado a la fiesta a todas las mujeres del reino sin excepción. Por supuesto, ella no aspiraba a convertirse
en princesa, de hecho, ni siquiera lo deseaba. Pero desde la muerte de su
padre, cuando ella contaba diez años, no había estado en un baile, y ardía en
deseos de hacerlo.
Volvió a mirar de reojo a aquellas dos
amorfas criaturas que intentaban en vano parecer hermosas cubriendo su cara con todos los afeites que
encontraban sobre la cómoda. Sin duda eran feas, muy, muy feas. Y muy, muy mal
gusto debía tener el príncipe para que alguna de aquellas dos criaturas llegase
algún día a convertirse en reina.
-Lucrecia, ¿has terminado ya con tus
tareas?
Marietta, la madrastra de la joven,
observaba la habitación desde la puerta con el porte autoritario que siempre la
había caracterizado.
-Madre, no la llames por su nombre, o
pronto acabará pidiéndote una alcoba…
-¡Callaos de una vez y dejad de
emborrizaros la cara con pinturas como si fueseis furcias!
- Si madre…
-Y tú- dijo volviéndose hacia
Cenicienta, que permanecía aferrada a la escoba y con la vista fija en el
suelo,- si has terminado de limpiar ve a vestirte, ya es tarde.
- Si, señora.
Con una breve reverencia, la muchacha
abandono la sala bajo las miradas de odio de sus hermanastras. Llevó la escoba
a la cocina y tras guardar también el cubo y el trapo de fregar, subió
corriendo al desván henchida de una felicidad que llevaba muchos años sin
sentir. Cuando por fin llegó a la cámara, encendió los candelabros de la
puerta, abrió el ventanuco del techo y se dirigió hacia el fondo de la. Retiró
con cuidado un antiguo biombo de madera y ante ella apareció aquello que había
ocupado sus veladas desde el día que se enterase de la invitación. Un vestido.
Había pasado muchas noches confeccionándolo con retales de cortinas y otros
trajes viejos que había encontrado entre los grandes baúles que ocupaban el
suelo de la polvorienta buhardilla. Quizás no fuese una prenda espléndida ni
lujosa, pero no era feo, y a ella le gustaba. Cuando terminó de ponérselo, se
sentó en un taburete cercano y comenzó a peinarse frente a un gran espejo
partido por la mitad que descansaba contra la pared. Se recogió el pelo con una
vieja diadema que había pertenecido a su madre a la manera moderna, pero no
pudo sin embargo, empolvárselo y dejarlo gris como estaba a la moda. Cuando
hubo terminado de ordenar su melena,
abrió un último baúl para recoger la pieza final, una fina máscara en forma de
mariposa que ella misma había tallado en madera y que tan solo dejaba al
descubierto nariz, boca y barbilla.
Una vez terminada de arreglar, la
joven bajó emocionada las escaleras y fue corriendo hasta la habitación donde
sus hermanastras terminaban de vestirse y de donde provenían los fuertes gritos
de Marietta ordenándoles que se diesen prisa.
-¡Ya estoy lista!- dijo al tiempo que
irrumpía en la estancia con una enorme sonrisa en la cara.
Al oírla, las tres mujeres se giraron
hacia ella sobresaltadas por el grito, y no le gustaron nada las reacciones que
provocó en ellas su presencia. Los ojos de la madre de las gorgonas se clavaron
al momento en la diadema que adornaba el pelo de la muchacha, y los de las
otras dos iban del vestido a la careta y viceversa.
-¿De dónde has sacado este trapo?-
Preguntó Ozonia con malicia.
-Lo he hecho yo.
- Vaya, vaya, eso explica muchas
cosas…
-Niñas, dejad de parlotear y terminad
de arreglaros de una maldita vez.-Ni siquiera al decir esto quitó la mujer los
ojos de la tiara.
Lucrecia se dio la vuelta dispuesta a
abandonar la sala, pero cuando fue a dar el primer paso, notó que algo detrás
suya le impedía avanzar e inmediatamente un chasquido resonó por la toda la
planta baja de la casa, un chasquido que detuvo durante unos segundos la
circulación de la sangre en sus venas.
Cuando su mente volvió a
funcionar se giró lentamente hasta quedar cara a cara con Ozorina, que le
dedicaba una enorme sonrisa. Bajó la vista hasta centrarla en aquello que
buscaba, un enorme trozo de tela que se había desprendido de su vestido… y que permanecía
atrapado bajo la suela de su hermanastra.
-Ups, que torpe he sido…
-Ozorina hija mía, ¿qué has hecho?
-Mamá, no me mires así, en realidad lo
he hecho pensando en nuestra querida Cenicienta. Como ha dicho que ella misma
había cosido el vestido, he querido probar su resistencia... Imagina la
vergüenza que hubiese pasado nuestra querida hermanita si esto le hubiese
pasado en medio del baile.
-Es cierto mamá,-por lo visto Rizotta
no quería dejar pasar la ocasión sin dejar su granito de arena,- además, mira
esos zapatos de cuero, ¿crees que son los apropiados para un baile real?
-En cualquier caso, este no es el modo
de obrar de una damisela Ozonia.- Hizo una pausa para ponerse los guantes y
avanzó hacia la puerta.- Vamos hijas mías, el cochero espera. Y tú- se volvió
hacia su hijastra con una sonrisa de desprecio en la cara- solo ten encendido el fuego para cuando
volvamos.
-Me… me prometiste… que podría ir…
-Y no lo he retirado, pero dime,-la
sonrisa se hizo aún más amplia en su boca- ¿de veras quieres acudir a la fiesta
así vestida?
Sin una palabra más, la mujer salió de
la casa y, momentos después, como le indicó el golpe de la puerta de entrada al
cerrarse, Lucrecia se quedó sola en el caserón. Recogió el retal de tela del
suelo, sin creer aún en lo que acababa de suceder, y se lo quedó mirando
durante largo rato. De pronto sintió que algo se deslizaba de sus manos y se
estrellaba contra el suelo produciendo un gran estrépito al partirse en barios
pedazos. La insulsa muchacha siguió el recorrido del objeto y, cuando vio la
máscara rota en el suelo, fue inevitable que las lágrimas acudiesen a sus ojos.
Tiró al suelo el retazo de tela y salió
de la habitación a tanta velocidad como le permitieron las piernas. No se
detuvo hasta llegar al huerto, donde
tuvo que detenerse para tomar aire.
Las lágrimas inundaban sus mejillas
impidiéndole ver nada a su alrededor.
Sentía una fuerte opresión en el pecho
que le impedía respirar bien.
Se asfixiaba.
Tomó asiento sobre una gran piedra de
granito y enterró la cabeza entre las rodillas para poder llorar con mayor
comodidad.
Si, necesitaba llorar, eso la haría
sentirse mejor.
-No arreglaras nada llorando querida,
solo ponerte los ojos hinchados y rojos como tomates.
Lucrecia se incorporó de golpe y se
giró hacia el lugar del que provenía la voz al tiempo que se enjugaba las
lágrimas con las manos.
-Qui… qui… ¿quién anda ahí?
Una figura menuda y regordeta salió de
entre las sombras que la gran higuera proyectaba al contraluz de la luna llena.
Se trataba de una mujer mayor, muy,
muy mayor. De hecho, por más que escudriñó su cara apergaminada, le fue
imposible hacerse una idea de cuál podría ser su edad.
-¿Quién eres tú?
-¿Cómo decírtelo para que lo
entiendas…? Soy… tu hada madrina.
-Ya… mi… hada madrina…
-La misma.
-Oiga… no sé quién es usted pero por
favor, váyase ahora mismo.
- Vamos, vamos, sentémonos que te
explique…
-Pero…
-Vaaaamos.
La muchacha no se sentía con ganas de
discutir, por lo que siguió a la anciana hasta el banco de piedra que había unos
metros más allá.
-He visto lo que te han hecho esas
tres arpías. Tenías muchas ganas de acudir a ese baile, ¿verdad?
- Como que… un momento, ¿cómo
salves?…
- Ya te he dicho que soy tu hada
madrina… tengo que saberlo.
- Y si eres mi hada madrina, ¿por qué
no me has sacado de aquí antes?
-Bueno… una tiene sus limitaciones.
Veras, tras la muerte de tu padre, vine en tu busca para encargarme de ti.
-¿Y qué pasó?
- Pues que tu querida madrastra
decidió que prefería encargarse de tu custodia y me impidió entrar en esta
casa.
- ¿Y por qué estás aquí ahora?
- Ahora ella no está.
- Ha faltado muchas veces durante
todos estos años…
- Pero que yo sepa nunca has estado
completamente sola en la casa, como en este momento.
- P…
- Basta ya de cotorrear, si no me
equivoco hay una fiesta esperando que asistas a ella.
-No tengo vestido.
-¿A no?
Entonces, Lucrecia siguió la dirección
a la que apuntaban los ojos de la vieja, y el aliento se le retuvo en el pecho
durante algunos segundos. Nada quedaba ya del modesto traje que
ella misma había confeccionado con retales de cortinas. En su lugar, un lujoso
vestido como no había visto en su vida cubría su fina silueta.
El corpiño de tela había sido
sustituido por un auténtico corsé de ballenas que le elevaba y oprimía el pecho
y estilizaba su cintura. Bajo este, una fina camisa de seda se le adhería al
cuerpo y cubría sus brazos dejando los hombros al descubierto. Y para terminar,
varias capas de faldas superpuestas, coronadas por varios lazos y cintas
colgaba de sus caderas. Volvió el rostro hacia la hechicera que la miraba con
una sonrisa pícara en la cara.
-¿Pero cómo?… es… es precioso.
- Verdad que si… y mírate los pies
Lucrecia obedeció, y descubrió que los
zapatos de cuero se habían transformado en dos hermosos y relucientes escarpines de cristal.
-Dios mío…
-Bonitos ¿eh?
- Muchísimas gracias… pero… no tengo
carroza, ni ninguna forma de llegar a palacio a tiempo.
- Vaya por Dios, pues entonces no hay
nada que hacer…- Mientras decía esto se dio lentamente la vuelta ante la decepcionada mirada de la muchacha,
pero entonces, cuando esta había perdido toda la ilusión, la anciana hizo un
giro brusco y extendió la mano derecha, con la que empuñaba una larga varita de
madera que exspulsó un chorro de chispas amarillas en dirección a la gran
calabaza situada en el centro del huerto.
- ¿Qué ha sido eso?
- Vamos, vamos, cállate y mira.
La joven obedeció y observó,
planteándose ya serias dudas sobre su cordura, como la hortaliza comenzaba a
crecer y crecer al tiempo que su silueta se hacía cada vez más angulosa y
recta. Finalmente, y tras varios minutos de convulsiones y chasquidos, era una hermosísima carroza de azul la que
presidía el vergel. Lucrecia abrió la boca con intención de hablar, pero no
consiguió que nada coerente saliese de ella.
-Ahora…
Un nuevo chorro de luz salió de la
varita mágica, esta vez en dirección a las tomateras. La muchacha casi lanzó un grito de horror al ver el
nutrido grupo de asustados ratoncillos que corrían en todos los sentidos, sin
embargo, le llamaron más la atención los graciosos giros de muñeca que su
supuesta madrina ejecutaba en dirección a los animalillos. Cuando el suelo se
hubo despejado, solo quedaron a la vista seis roedores, que parecían seguir los
pasos de la calabaza. Comenzaron a crecer y crecer hasta que, finalmente,
quedaron convertidos en seis magníficos caballos blancos que miraban nerviosos
su recién estrenada anatomía.
-Y por último...
-Y por último...
Con un ágil y rápido movimiento, el
hada madrina agarró por la cola tres lagartijas y las lanzó varios metros hacia arriba. Cuando cayeron al suelo,
y tras ser apuntados por la mágica varita,
habían dejado de ser reptiles para convertirse en un trío de elegantes lacayos
ricamente vestidos que, a una orden de la anciana, corrieron a amarrar los
caballos a la carroza.
-Increíble…
- Bueno, bueno, cierra ya la boquita
que no te entren moscas y corre al baile, que la noche es joven, pero se acaba…
Una vez subida en el coche, y cuando
se disponía a pedir al cochero que azuzara a los caballos, vio la menuda figura
del hada asomada a la puerta del vehículo.
-Antes de marchar, quiero darte dos
cosas. La primera es un último regalo. Si no me equivoco la fiesta es una
mascarada.- Al decir esto, extendió una mano con la que sostenía un objeto
oscuro, una fina máscara de ébano con forma de cara de gato.
- Es preciosa…
- Si que lo es, pero ahora abre bien
las orejas porque la segunda cosa que voy a darte es una advertencia. Con la
última campanada de medianoche, todo volverá a ser lo que era, así que escucha
atentamente: en el jardín del palacio, al bajar las escaleras, encontraras una
pequeña placita con una estatua, a mano derecha, un pequeño caminito lleva a
una segunda plaza, esta con una fuente en el centro. Pues bien, a las doce de
la noche, quiero que estés al lado de la fuente, y que cuando el agua se
ilumine, te metas dentro al instante.
-¿Qué me meta en el agua? Pero…
-Ni pero ni manzana, niña, recuerda lo
que te acabo de decir porque, si no lo haces te aseguro que te arrepentirás…
Tras decir esto, el gesto severo dio
paso a una dulce sonrisa que hizo que Lucrecia se tranquilizara.
-Y sobre todo… pásatelo muy bien esta
noche querida. Te lo tienes merecido.
Entonces, la puerta se cerró y la
carroza abandonó veloz la casona, dejando atrás a la mujer que había alegrado
su penosa vida y que aún oía repetir la advertencia que le había dado.
<<A medianoche, todo volverá a ser lo
que fue>>
********
Lucrecia no podía creer lo que estaba
sucediendo. Echó otro vistazo a su alrededor para comprobar cómo,
efectivamente, las miradas de la mitad de los invitados seguían fijas en ella.
Los ojos que la observaban reflejaban todo tipo de emociones. Los jóvenes la
miraban con deseo y embotamiento, mientras que los rostros de las mujeres iban
desde la admiración hasta el más tremendo odio pasando, por supuesto, por la
envidia.
Había llegado tarde a la fiesta, y
cuando se dio cuenta de ello temió que le impidieran el paso. Sin embargo, y
como comprobó aliviada, las puertas del palacio permanecían abiertas desde el
comienzo hasta el fin del baile, y en todo momento los invitados podían entrar
y salir a su antojo.
Recordó brevemente como la intención
de toda la corte se había centrado en ella al entrar por la puerta, y no pudo
evitar volver a sonrojarse por la vergüenza.
La potente voz del director de
orquesta la sacó de su ensimismamiento.
>>Dios
mío- pensó desesperada- otra
vez no<<
Aquella sería la decimoquinta pieza
que se tocara desde su llegada, de las cuales se había visto obligada a bailar
once debido a la insistencia de las invitaciones.
-Disculpe señorita- una voz a su
espalda la hizo dar un respigo-¿haríais el favor de concederme este baile…?
Lucrecia se volvió decidida a darle
una rotunda negativa que sus pies ya exigían a gritos, pero no fue capaz de
formularla, pues boca y cerebro ser le paralizaron al comprender quién la
estaba invitando a bailar.
El príncipe. El príncipe o alguien que
vestía igual que el.
La bastó un breve vistazo a las
miradas rencorosas del resto de mujeres para comprobar que, efectivamente, se
trataba del heredero a la corona.
-¿Qué me decís?
La pobre muchacha apenas consiguió que
sus neuronas reaccionaran lo suficiente para hacerle cerrar la boca e
inclinarse en señal de respeto.
Oh, vamos, ahórrate las reverencias,
esta es una noche de iguales… y aunque no lo fuese, no me siento merecedor de
los halagos de tan bella criatura.
-S…si…si,…claro…
-¿Cómo decís?
- El… el baile.
- Oh, claro, que estúpido… perdonadme
por mi despiste.
Automáticamente, el joven agarró a la
absorta muchacha de la cintura y, cogiéndole la mano con delicadeza, comenzó a
danzar siguiendo la melodía que los violines marcaban en ese momento.
A partir de aquí, Lucrecia perdió por
completo la noción del tiempo, deslizándose sobre la pista de baile como jamás
habría soñado en hacerlo y sin poder retirar la mirada de los hermosos ojos
almendrados de su compañero.
Ninguno de los dos pareció dispuesto a
separarse del otro cuando la orquesta se acalló, y así, la absorta Cenicienta
perdió la cuenta de las numerosas piezas que se sucedieron una detrás de otra.
De pronto, un sonido se abrió paso en
la cabeza de la joven… un sonido que, sin duda, no pertenecía a la orquesta… un
sonido que, tras ser identificado, hizo explotar la mágica burbuja que la
envolvía.
Fue la segunda campanada la que la
hizo reaccionar. Se separó de golpe del príncipe y emprendió una desesperada carrera
hacia las puertas que daban a los jardines. Sin hacer caso a las atónitas
miradas de los asistentes, consiguió salir del palacio y comenzó a bajar la
enorme escalinata de la cual, por cierto, su querida madrina no había dicho ni
una palabra.
Se encontraba ya en el último tramo de
escalones cuando notó una extraña sensación al pisar el suelo con el pié
derecho. Tardó unos segundos en comprender lo que había sucedido. Se giró
rápidamente buscando con la mirada el zapato que había quedado atrás, pero, antes
de que acertase a cogerlo, se dio cuenta de la sombra que se cernía sobre ella.
Alzó la vista y comprobó horrorizada que el príncipe estaba a punto de llegar
hasta ella. Apartando la mirada de la pieza de cristal, reanudó la marcha hacia
su destino. Giró hacia la derecha tal y como le había indicado el hada y, por
fin, la imagen de la fuente se formó ante sus ojos.
Sin embargo, la alegría duró poco,
pues lo que se mostraba ante sus ojos no era ni mucho menos alentador.
Es círculo de luz en el que debía
introducirse, se hacía cada vez más pequeño, y si no se daba prisa, no tardaría
en desaparecer.
Se acordó entonces de las campanadas,
que sin duda debían haber terminado ya, y haciendo acopio de todas sus fuerzas,
esprintó todo lo que pudo hasta que, oyendo de fondo el grito de asombro del
príncipe, se sumergió en el ya casi extinto círculo de luz.
II
Lucrecia abrió los ojos desorientada.
Se llevó las manos al empapado
vestido, pero comprobó, con gran asombro, que se encontraba completamente seca.
De hecho, y como descubrió consternada, aquella lujosa prenda había
desaparecido por completo, siendo sustituida por el traje que ella misma se había
tejido, aquel que aparecía rasgado por detrás gracias al finísimo humor de su
querida hermanastra .
Había otras cosas, sin embargo, que
llamaban su atención con más fuerza que el recuerdo del incidente de esa tarde.
De hecho, fue esa última palabra en su
cabeza la que la hizo abrir los ojos de forma desorbitada. La tarde. Observó
completamente desconcertada el enorme y rojizo sol que se ponía en el
horizonte…
-No puede ser…
¡Estaba atardeciendo!
Debía de estar soñando, no había otra
manera de explicar que, cuando apenas habían pasado unos minutos desde que
escuchara la última campanada de las doce de la noche, estuviese contemplando
aquel magnífico atardecer.
Una fuerte bofetada en la mejilla
izquierda la hizo abandonar su incredulidad y girarse alarmada.
Frente a ella, encontró un rostro
desencajado que tardó unos instantes en reconocer…
-¡Creía haberme explicado bien!¡Pero
por lo visto me toco una ahijada un poquito corta de entendederas!
-¿Qu-qué pasa…?
-¿Que qué pasa?-con una fuerza que
parecía impropia para su edad, el hada madrina aferró su cara y la obligó a
mirar hacia la puesta de sol- mira ahí.
Al principio, Lucrecia paseó su mirada
por el horizonte sin saber a qué se refería, pero entonces lo vio. Una carroza,
o mejor dicho, su carroza, ascendían por una colina cercana.
-¿Eso es…?
- Eso eres tu camino a la maldita
fiesta.
- N-n-no… no puede ser…
- Pues es, ya ahora vas a tener que
reparar tu error.
-¿¡Pero qué está pasando aquí!?-
chilló la joven sin entender nada.
Al observar esta reacción de su parte,
el rostro de la anciana se dulcificó un poco y, con un suspiro paciencia, se
dispuso a explicar lo sucedido.
-Bien, dime hija mía, ¿recueras que es
lo último que te dije antes de que dejases de oírme?
- Si, dijiste que todo…
-Que todo volvería a ser lo que fue.
-¿Y qué quería decir con eso?
- Ahí es donde quiero llegar… Cuando
dije que todo volvería a ser lo que fue, no me refería a que la carroza y los
caballos regresasen a su estado natural, sino a que TODO volvería a ser como
era antes de mi llegada. Tú regresarías al momento antes de que nos
conociésemos y, de esta manera, tu habrías tenido tu baile y todo hubiese
transcurrido con normalidad.-La cara de la anciana se endureció antes de seguir
hablando.- Pero no hiciste caso, y ahora, además de aquí, estas subida en esa
carroza.
- Eso… eso es imposible…
- Tu misma has visto la carroza.
- Pero…
-No hay tiempo de más peros, ahora ya
sabes lo que ha pasado y te toca enmendarlo. Con un movimiento de varita, la
bruja volvió a transformar el destrozado vestido en otro mucho más lujoso. Tras
un breve vistazo, Lucrecia llegó a la conclusión de que el de la vez anterior
había sido más bonito.
Unos minutos mas tarde, y tras otra
sesión de hechizos silenciosos, el Hada Madrina le anunció que todo estaba
listo para la marcha. Montó en una imponente carroza negra tirada por un par de
caballos del mismo color y guiada por un sombrío conductor que nada tenía que
ver con los lacayos-lagartos que la había acompañado la vez anterior.
-Toma,- le dijo la hechicera
entregándole una máscara azul con forma de mariposa,- asegúrate de que en esta
ocasión tú y tu otra tú os metéis en la fuente antes de la última campanada o
ya nada podremos hacer.
-Si…
- Ah, y sobra decir que nadie, NADIE,
debe reconocerte, y aún menos la otra Lucrecia.
- Y por qué no, sería más fácil si se
lo dijese.
- Dime, ¿qué crees que pasaría si
ella, que no sabe nada de los viajes en el tiempo, se encontrase frente a
frente consigo misma?
- Bueno, y ahora vete. Y recuerda,
ambas debéis me teros en la fuente antes de la última campanada de media noche.
Y con un fuerte portazo, Lucrecia
volvió a salir del caserón familiar en dirección al palacio real.
III
Lucrecia bajó del carruaje y comenzó a
subir los escalones del palacio con mucha más seguridad que la vez anterior, no
solo porque ya conocía el camino, sino también porque esta vez no era el centro
de todas las miradas. La gente la observaba con sorprendida, pero pronto dejaba
de prestarle atención para centrarse en la protagonista indiscutible de la
noche, Ella misma. No pudo evitar una sonrisa ante este pensamiento.
No le resultó demasiado difícil
encontrarse a sí misma entre la multitud, pues solo tuvo que seguir la
dirección de las miradas de la gente.
Por lo visto, había llegado justo en
el momento en que la invitaba al primer baile de la noche, pues ante ella, el
joven Ricardo de Monteur le proponía que
la acompañase a la pista.
-My lady,- una voz juvenil la sacó de
sus cavilaciones- os importaría concederme este baile.
- No tengo intención de bailar esta
noch…
Había intentado sonar convincente,
pero al volverse para encarar a su interlocutor, se encontró con un rostro que
conocía perfectamente.
-¡Tú!
- ¿Lucrecia? No puede ser, ¿de dónde
has sacado estas ropas?
- Jake…
En un primer momento, la joven pensó
que el haberse encontrado con su amigo de la infancia constituiría un serio
problema, sin embargo, una idea tomó forma en su cabeza al instante.
-¡Jake!-Volvió a repetir con cierto
tono de sospechosa alegría en la voz.
- Está bien, dime ya lo que quieres.
- Hay que
ver qué bien me conoces…
- ¿Me vas
a decir que pasa aquí?
- Te
prometo que te lo explicaré todo, pero prométeme tu a mí que harás lo que yo te
diga sin rechistar.
- Espero
que esto merezca la pena porque sino…
- Te
prometo que valdrá la pena, pero ahora escucha. ¿Ves a aquella muchacha, la del
vestido rosa?
- Como
para no verla…
- ¿Ves que
la han sacado a bailar?
- si…
-Bien,
pues quiero que te pongas a un par de metros de donde estaba antes de que se
fuese y que te quedes ahí sin perderme de vista.
-¿Pero
qué…?
- Calla y
escucha, dentro de un rato, el príncipe se acercará a invitarla a bailar, si,
no me mires así, ya te explicaré como lo sé… El caso es que, cuando yo haga una
señal, te acercaras a algún joven noble y le dirás que la muchacha te manda a
decirle que le gustaría bailar con él, pero que es demasiado tímida para acercarse…
¿Entendido?
Jake se la
quedó mirando durante unos instantes dudando seriamente sobre la salud mental
de su amiga, pero finalmente asintió entre resoplidos y se encaminó hacia su
posición.
-Me debes
una muy buena explicación Lu.
- Y te
prometo que la tendrás, pero ahora vete.
Aquello
fue mucho más pesado de lo que había imaginado, pues tras asegurarse de que
Jake cumplía su palabra, no hubo mucho que hacer aparte de centrar su atención
en el príncipe y negar cualquier petición de baile. En varias ocasiones estuvo
tentada de salir al exterior para sentarse y descansar las piernas un momento,
sin embargo, le había dicho a su amigo que no la perdiese de vista y
escabulléndose a los jardines no le ayudaría en absoluto. Las horas pasaron una
de tras de otra con una lentitud que la joven jamás habría imaginado posible.
No tardó en perder la cuenta de los bailes que ella misma efectuaba unos metros
más allá y en suavizar la intensa vigilancia sobre el heredero. De pronto, la
conversación que mantenían dos muchachas
algo mayores que ella a su lado llamó poderosamente su atención.
-Sinceramente
no se que le ven, no es nada del otro mundo…
- Además,
se nota que es una novata en esto, no ha sido capaz de negarse a ninguna
petición…
- Pero hay
que reconocer que tiene aguante, no todas son capaces de aguantar tantos bailes
seguidos sin caer en el sitio…
- Si,
¿cuántos lleva ya?
- Creo que
con este hará catorce…
>>
Catorce, catorce, catorce… Si, si las cuentas no le fallaban había llegado el
momento.<<
Sus
sospechas se confirmaron cuando, al fijar su atención en el príncipe, vio las
fugaces miradas que lanzaba a su otra yo mientras se disculpaba ante sus
interlocutores para abandonar la conversación.
Inmediatamente,
se volvió hacia Jake y le hizo señas para conseguir llamar su atención. El
joven asintió y se dirigió al hombre más cercano.
Lucrecia
vio nerviosa como el príncipe, que había terminado de excusarse, avanzaba ya
hacia su otra yo. Entonces, volvió a mirar hacia su amigo, y lo que encontró no
le gustó nada. Jake, que le lanzaba
miradas de preocupación, intentaba ahora convencer a otro noble de la petición
de la muchacha.
Había sido
una estúpida, ¿cómo iba a tomarse un
noble en serio las palabras de aquel campesino desgarbado?
Un nuevo
vistazo al príncipe, y comprendió que tenía que pensar en otra cosa, pues este
ya había entablado conversación con la boquiabierta muchacha (¿en serio había
puesto esa cara de estúpida?)
- Lo
siento mucho Lu,- Jake la miraba con cara de preocupación- no me han creído…
- No te preocupes,
muchas gracias.
- Bueno,
¿y dónde está esa explicación?
- Te
prometo que la tendrás, pero ahora déjame en paz, tengo que pensar.
- Pues
ala, que pienses bien y mucho,- una sonrisa pícara ilumino el rostro del
muchacho- yo me voy a ver si consigo levantar alguna enagua…
Como única
respuesta, Lucrecia puso los ojos en blanco y lanzó un bufido al tiempo que su
amigo desaparecía entre la multitud. Tenía que pensar algo, y pronto… eran ya las once menos cuarto y, si no hacía
nada, la escena volvería a repetirse, su otra yo no llegaría a tiempo a la
fuente, y todo estaría perdido…
Los
minutos pasaban, y la muchacha seguía sin encontrar una solución a su problema…
entonces, cuando ya estaba a punto de darse por vencida, vio que un lacayo real
se acercaba al príncipe por la espalda y le susurraba algo al oído.
-¡Claro!-
gritó, y toda la gente que se hallaba a su alrededor la miró con escepticismo…-
Lo… lo… lo siento…
>> Como
no lo había pensado antes,- dijo, esta vez para sí,- es lo más sencillo, solo
tengo que andarme con un poco de cuidado para que no reconozca la voz…<<
Y sin más
demora, se encamino hacia la pareja que era el foco de atención de los
asistentes a la fiesta y, cuando los pasos de baile llevaron a la otra Lucrecia
a darle la espalda, se acercó a ella de la misma manera que lo hiciera el
mayordomo con el príncipe y le susurró:
-Recuerda…
a las doce, todo volverá a ser lo que fue. Solo quedan veintidós minutos… vete
cuando termine la canción…
***
La aludida
se giró sobresaltada al escuchar estas palabras, pero su anónima interlocutora se había perdido
entre la multitud.
-¿Qué te
pasa?- preguntó el príncipe preocupado.
-No… nada…
solo me ha parecido oír… nada, déjalo…
La pieza
se alargó durante un par de minutos, y cuando terminó y los músicos comenzaron
a preparar la siguiente partitura, la joven se separo de su pareja como si este
la quemara.
-Tengo..
tengo que irme…
-Pero…
-Adiós…
Sin una
palabra más, Lucrecia echó a correr hacia la puerta que daba al jardín ante la
mirada atónita de todos los asistentes.
Salió al
exterior y comenzó a bajar la escalinata de mármol. Escuchó a su espalda los gritos
del príncipe al llamarla, pero hizo caso omiso de ellos y siguió corriendo. Ya
en el último tramo de escalones, tropezó con una piedra pequeña. Logró reponerse
antes de caer al suelo, pero no pudo evitar que uno de los zapatos de cristal
se le saliera del pié. Se giró un instante para comprobar para comprobar que
efectivamente había perdido el zapato, y que el príncipe no tardaría en
alcanzarla, por eso no pudo ver a la persona que la agarró por la espalda y
tiró de ella hacia atrás, haciéndola atravesar uno de los setos plantados junto
a las escaleras.
***
Tras
susurrar aquello a su otra yo, Lucrecia se perdió entre la multitud y salió al
inmenso jardín. En un principio pensó en dirigirse hacia la fuente y esperarla
allí, pero cuando ya estaba a medio camino, adivinó lo que pasaría momentos más
tarde; el príncipe no dejaría que la muchacha se fuera sin más y,
probablemente, saldría detrás de ella… al fin y al cabo, es lo que había pasado
la vez anterior. Corrió hacia las escaleras y, cuando llegó, decidió esconderse
detrás del gran seto que estaba plantado a la izquierda.
Escuchó el final de la canción y, momentos después, se vio a si misma
salir corriendo por la puerta seguida por el príncipe, que le pedía que se
parase. Comprobó que la fugitiva corría muy pegada al seto, y una idea tomó
forma en su cabeza, y cuando la muchacha paró justo a su lado para mirar hacia
atrás, la agarró por la espalda y tiró de ella con fuerza.
-Sígueme…-
le susurró a su desconcertada doble, que obedeció al instante.
-O… oye… -
dijo ésta un rato después, cuando llegaron junto a la fuente,- ¿qui… quién eres
tú?
-Yo… yo
soy… una enviada de tu hada madrina… sí, eso… para asegurarme de que llegas a
la fuente a tiempo.
- Tu voz
me suena…
-¡NO!
Quiero decir… no… no puede sonarte- se excusó cambiando su tono de voz,- no nos
hemos visto nunca…
En ese
momento, el tañido de una campana anunció la medianoche, y el agua de la fuente
se iluminó con un brillo azulado.
-Métete
dentro.
-Eh… si.
La joven
se remangó los bajos del vestido, y se fue introduciendo poco apoco en el agua.
Al principio, no pasó nada, pero una vez estuvo del todo dentro, fue como si el
líquido se la tragara, lentamente, fue descendiendo, y lo último que Lucrecia
vio de ella fue el enorme moño que, que finalmente terminó por desaparecer
también. En cuanto esto sucedió, se dispuso a introducirse en el agua, pero
cuando comenzaba a subir un pie, alguien la detuvo.
-Valla,
pensé que no te encontraría… hasta te has tomado la molestia de cambiarte de
vestido…
La
muchacha se giró con el rostro desencajado por la angustia, para comprobar que
la persona que le hablaba era ni mas ni menos que el príncipe.
-Yo… no…
creo… que te equivocas… yo…
-Vamos… no
digas tonterías, imaginaba que eras tu, pero ahora estoy seguro, recuerdo
perfectamente tus ojos, tu voz… tus labios…
Lucrecia
fue a decir algo, pero los labios del heredero al trono acallaron los suyos
propios con un suave beso.
-No… dijo
separándose bruscamente… yo no… te equivocas… de verdad…
-Oh,
vamos, no seas tonta, además…-el príncipe le mostro algo que sostenía con la
mano derecha- tengo tu zapato… Lo he estado mirando, y he visto que esta hecho
a medida para un pie concreto, si te viene…
Sin ser
consciente de lo que hacía, Lucrecia alargó la mano y le dio un manotazo al
zapato, que cayó al suelo y estalló en mil pedazos.
-Vaya… a
sido… sin querer….
Al principio, el príncipe se quedó quieto,
boquiabierto, pero luego, una sonrisa pícara iluminó su rostro, y con un
movimiento brusco, levantó la falda de la joven dejando al descubierto sus
pies, uno descalzo, y el otro encajado en un zapato idéntico al que acababa de
romperse.
-Tranquila,-añadió
sonriendo,-por suerte tienes la pareja…Venga, acompáñame adentro… quiero
presentare a mi padre.
Con una
última mirada de desconsuelo al agua de la fuente, la muchacha obedeció y acompañó a su príncipe al interior
del palacio.
IV
Lucrecia
paseó su mirada una última vez por los interminables campos de labranza y
corrió las pequeñas cortinas de la carroza. Aún no podía creer que aquello
fuera cierto… iba a casarse con el príncipe Marco, en menos de una semana,
dejaría de ser una criada para convertirse en princesa de un reino…
-¿Emocionada
verdad?- preguntó una voz conocida a su espalda.
La joven
se volvió sobresaltaba para encontrarse cara a cara con la anciana que decía
ser su hada madrina.
-Hola…
-Vanduria,
mi nombre es Vanduria, siento no habértelo dicho antes…
-No… no
pasa nada. La verdad es que tenía ganas de verte… para darte las gracias…
-Oh, no
las merece querida, para eso estamos.
-… y
preguntarte una cosa… ¿Qué pasó? Quiero decir… la otra yo se metió a tiempo en
el agua, pero yo no…
-Hija mía,
el tiempo es algo caprichoso, y ni siquiera yo, que llevo estudiándolo durante
siglos, he conseguido entenderlo… por lo visto, al enviar a la otra Lucrecia a
tiempo, arreglaste tu falta, y todo continuó como si nada hubiese pasado… y
ahora mírate… vas a ser una princesa preciosa…
-Muchas
gracias… la verdad es que estoy muy nerv…
La joven
se interrumpió y parpadeó varias veces asombrada. Tan silenciosa como había
llegado, Vanduria, su hada madrina, había desaparecido…
FIN
Mil disculpas por como se queda la cancioncilla del principio, pero es lo mas derecha que he podido ponerla...
-Giff-